Dicen que una vez al año,
cuando la tarde muere,
el Águeda se detiene
bajo los ojos del puente.
Y la muralla encendida
-oro opaco de las mieses
en campos de piedra y siglos-,
besa frágil su corriente.
Río y muralla se funden
en un beso lentamente
mientras la noche al galope
sus caricias oscurece.
Sólo lo sabe el castillo
y a mí me lo ha dicho un duende.
Texto: Manuel Belda Rivero
Foto: Santos Vicente Vicente