Me llega -dedicado por una amistad- un Manual del Cervecero y del Fabricante de bebidas gaseosas y fermentadas, que les muestro como el más atractivo del presente comentario. Se trata de una edición (Librerías París-Valencia, S.L. 2003) que reproduce otra anterior, fechada en el París de 1890, obra de Lorenzo Campano, según el fondo bibliográfico que he podido investigar de la editorial Charles Bouret. Como dicha firma editaba desde la capital del Sena también para su sede en México, encuentro más referencias del citado autor en la Biblioteca Nacional de Francia; diccionarios, gramática, relatos, e incluso diversos manuales: del curtidor y del zurrador, del hojalatero y del lamparista, etcétera, todas ellas publicadas en español.
Su lectura ha venido a recordarme mis primeros tiempos en la industria cervecera. Y muy buenas evocaciones, respecto a los diferentes maestros cerveceros a quienes conocí, por el mucho cuidado demostrado en este Manual: materias primas, los distintos cereales malteados o en crudo, la importancia del agua, unas instalaciones adecuadas, su maquinaria, útiles y herramientas… me recuerda normas semejantes implantadas en la antigua fábrica Henninger Española, S.A., de Madrid. Es decir la escuela donde se formaron y practicaron aquellos emprendedores cerveceros, venía documentada en este tipo de manual divulgado a finales del siglo XIX.
Curioso de verdad, según los medios (ver figuras 5 y 11) que se utilizaban entonces; hoy mucho más avanzados en todos sus aspectos. Sin embargo la ciencia y el arte de producir cerveza ha variado proporcionalmente, en sus primordiales métodos, cuando el sector industrial cervecero empezó a producir cuatro estilos diferentes de fabricación: alemán, francés, inglés y belga. Creo será del gusto de técnicos y profesionales en esta materia, como la segunda parte del volumen dedicada a bebidas carbonatadas; no en balde las fábricas españolas, desde sus inicios, además de hielo también producían agua de seltz o soda para refrescar a sus graduales clientes hace más de cien años.
El siguiente volumen titulado Beber para contarla, tiene el atractivo de lucir en su portada un símil de etiqueta para botella de cerveza negra. Su autor Peter Haining (1940-2007), hace una divertida selección de relatos escritos por célebres autores: James Joyce, Samuel Beckett, y otros diez escritores más en su original lengua inglesa. Desde luego, el subtitulo de: Antología de borracheras insignes, ya nos hace suponer que entre sus páginas fermenta un cierto estilo de “humor inglés”.
Evidentemente se ha precisado de un buen equipo de traductores españoles, para llegar a editar este extenso y representativo muestrario de la narrativa irlandesa del pasado siglo XX. Son algo más de 260 páginas que, estimo, pueden resultar atractivas a lector gustoso de un estilo literario muy concreto. También incluye algún relato propio de teatro; y otro me ha complacido por desarrollarse en ambiente rural, en un clásico pub irlandés, entre cuyos parroquianos han de vivir la misteriosa desaparición de cierto cliente que marchó a pescar en un lago y es preciso –con alguna pinta de cremosa cerveza por medio- ayudarse de un zahorí para encontrar al extraño difunto. Los dramas con humor son menos, y tratándose entre amigos con algunas cañas pues mejor.
Un habitual lector de esta sección, residente en Sevilla, me envía esta obra titulada Cerveza de grano rojo, cuyo autor Rafael Arozarena (1923-2009) es un clásico de las letras canarias; trabajó como enfermero en un hospital de Santa Cruz de Tenerife, y supo compaginar esa digna labor con la literatura. Según he podido estudiar en otros comentarios más expertos, se trata de una novela subyugante, de carácter más experimental, y preferida por Arozarena a su exitosa opera prima “Mararía” Por tanto, entiendo, estamos ante una autobiografía suya y de su amigo Isaac; todo lo que ocurre en la misma decía su autor ser certísimo, pero visto desde la mirada de dos rapsodas, dos chiflados, dos chispos. Difícil cuestión que, para mejor entender, es preciso entrar en sus casi trescientas páginas, de la mano de su prologuista, Manuel Torres Stinga; una novela más urbana que rural, donde el tiempo actúa como conciencia individual y evoca la vida pasada.
Reflejos son estas obras de inquietudes y consideraciones, como la vida misma, que a la salud de todos ustedes voy a celebrar con una buena cerveza.