lunes, 13 de abril de 2020

41ª FIESTA DE LA CHARRADA (Pendiente)

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Me refiero al acontecimiento que se ha venido celebrando en Ciudad Rodrigo (Salamanca) 
por estas fechas, en el Sábado Santo o de Gloria. Son muchos años de hermosa 
conmemoración, hasta que este virus raro, llamado Covid-19, llegó para complicar la vida 
de todo el mundo. Ciertamente, muchas celebraciones con presumible asistencia de
 numeroso público se han suspendido. Por tanto, esta fiesta declarada de Interés Turístico 
Regional ha quedado pendiente, supongo, para una mejor oportunidad.

Sería en los inicios de los años 80, con todo cuanto supuso para los cambios en España, 
que andaba uno metido en estos temas genuinos de profundas raíces culturales. Todo 
viene por la vía materna, y consolidado el sentimiento por vía conyugal, de mi ascendencia 
familiar en la vieja ciudad mitrada. La otra rama, soriana, igual Castilla La Vieja, consolida 
en uno esa herencia muy legítima de la que debo sentirme orgulloso.





























A raíz de participar en un concurso de fotografía, organizado por la Asociación Amigos de 
Ciudad Rodrigo, fue como llegué a conocer a unos chavales con inquietudes de preservar 
los valores propios de la tierra charra. Venían a retomar el impulso de otros 
emprendedores, cuando en los años 60 se celebró en Ciudad Rodrigo el I Congreso 
Mundial de Mirobrigenses Ausentes. Este detalle ofrecía a esa juventud referida, la
 posibilidad de contactar con los anteriores organizadores, y partiendo de dicha amistad 
promover, como así consiguieron, no se extinguiera un sentir charro, lígrimo, como herencia 
secular de quienes en razón de su edad dejarían este mundo. Y con ellos se iría todo su 
saber en cuestiones de música, danzas, trajes, vestidos, gastronomía, historia, arte y 
cualquier otra rama asociada en la categoría popular de Humanidades.










































Así fue como conocí a un jovencísimo José Ramón Cid Cebrián, delgado como un junco, 
junto a sus hermanos, y recibido en casa de sus queridos padres Abraham y Mercedes, con 
una inquietud que le llevaba a guardar en la pernera e su pantalón una gaita 
“salamanquina”. Aprovechaba él un instante libre, para sacar su gaita y ensayar, ensayar y 
ensayar por cualquier rincón de la casa un toque propio de pastores del campo charro, o 
de la propia Sierra de Francia.

Hoy, aquel chaval de entonces, es un hombre experto, padre de familia y estudioso 
acreditado en toda Salamanca, en toda España, por esa labor que nunca olvidó. En su
 enorme obra que sigue llevando adelante, fue capaz de mover hasta Ciudad Rodrigo a 
empresas editoras, con sus equipos móviles de grabación, para realizar discos de vinilo, 
luego cassettes, DVDs, vídeos, etc., que permitieran conservar para siempre los sones de 
una tierra que ciertos hombres y mujeres del universo charro sabían transmitir, entre 
generaciones, mediante la práctica directa de una enseñanza sin base fija en facultad 
universitaria que se precie.








































Hace mucho que no viajo por estas fechas a Ciudad Rodrigo. Pero siempre me he 
mantenido al corriente, y celebro el éxito que, año tras año, ha venido reuniendo en la 
ciudad que es dos veces ciudad, cuna de mis queridos familiares y amigos, esa 
manifestación de charras y charros tocando su alborada primaveral entre murallas o calles 
del arrabal. Me conviene, por tanto, dejar este recuerdo escrito aquí. Para conocimiento de 
próximos investigadores, de aquellos quienes se esfuerzan en mantener los valores de 
nuestras tierras castellanas leonesas y no caigan demolidos ante una cruel enfermedad 
vírica, sin respetar fronteras. Se salvará cuanto dejemos escrito y grabado. Somos un país 
rico en estos aconteceres étnicos propios. Es legítimo no olvidar. Mejor dicho, es legítimo 
celebrar aunque sea de memoria. Que así enseñan los buenos maestros. 































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